Pino Arlacchi
Pino Arlacchi fue Vice Secretario General de la ONU y Director Ejecutivo de la Dirección de la ONU para el control de Drogas y Crímenes de 1992 a 2002. Es una relevante y experimentada autoridad de renombre mundial en la esfera de la lucha contra el crimen organizado, mercados ilegales y en asuntos de seguridad global. Fue miembro del Parlamento Europeo de 2009 a 20 014 y Relator de la Nueva Estrategia de la Unión Europea para Afganistán. Las recomendaciones e investigaciones de Pino Arlacchi para la lucha contra el crimen organizado, la corrupción y el lavado de dinero se emplea ampliamente en Italia, Rusia, la Unión Europea, Asia y en América Latina. En Italia, como consejero principal del ministerio del Interior, Pino Arlacchi fue el responsable de la creación en 1991 de una agencia especial para la investigación de crímenes graves. Sobrevivió a un atentado de la mafia en 1993. Es profesor de sociología en la Escuela de Estudios Políticos de la Universidad de Sassari y fue profesor corresponsal de la Universidad de Columbia, en Nueva York y en otras universidades de la Unión Europea. Pino Arlacchi nació en Calabria en 1951 y vive en Roma.
La lucha continua con la misma energía y decisión
El 75 aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Mundial constituye una oportunidad para activar la lucha contra el nazismo y el fascismo en el mundo actual. Mi evaluación del peligro del renacimiento de la ideología ultraderechista en el mundo y en Italia es que nosotros debemos aprender a reconocer sus nuevas formas y su enmascaramiento macabro. Debemos estar listos para luchar contra ellos con la misma energía y decisión con que lo hicieron nuestros padres y abuelos 80 años atrás.

Los intentos de desatar una nueva Guerra Fría contra Rusia y China, de revisar el papel de la Unión Soviética en la Victoria en la Segunda Guerra Mundial tienen un mismo punto de partida, es decir, la máquina de desinformación que tiene su base en Estados Unidos, con filiales de colaboradores en Europa, Japón y otros países. La potencia del fuego de esa maquinaria crece en la medida que la historia acelera su carrera por trasladarnos a un mundo multipolar post-estadounidense.

La máquina de desinformación trabaja para influir en los procesos históricos en curso. El aumento del papel de Asia como una fuerza económica global la transforma en una fuente de preocupaciones, inestabilidad y conflictos. Las cifras de la modernización militar china se exageran hasta lo irreconocible, se tergiversa su significado para crear una "China malvada" que intenta apoderarse de todo el planeta.
A los europeos se les propone incrementar sus gastos militares para estar listos para enfrentar al "enemigo que acecha por un costado", pero que nunca se materializa
El gran renacimiento de Rusia después de la crisis aterradora de la década de 1990, el rechazo de la era del lavado de dinero y el capitalismo mafioso patrocinado por Estados Unidos y el retorno de su política exterior a la cooperación pacífica multilateral fueron percibidos como una amenaza del retorno de un régimen tiránico al sistema internacional. La intoxicación mediática fue en parte exitosa, pues los ataques contra Putin encontraron algo de apoyo, incluso, entre algunos sectores de la izquierda europea.

La estigmatización del presidente ruso y de su supuesto autoritarismo fue un deporte que se inició en 1999, cuando Vladimir Putin llegó al poder en Rusia, y puso fin a una década de humillación y caos. Esa tendencia se fortaleció aún más en verano de 2008, cuando se produjo la crisis en Georgia (país que fue parte de la URSS) y alcanzó su apogeo después del golpe de estado antirruso en Ucrania, en 2014. El ataque fue provocado por Estados Unidos con la complicidad de la Unión Europea, en una penosa contradicción con sus valores fundamentales.

Nos estamos dirigiendo rápidamente, y de hecho ya vivimos, en un mundo multipolar y más seguro, donde una serie de nuevos actores ahora forman parte de las relaciones internacionales.
Después de la pandemia del coronavirus y la consecuente y más peligrosa crisis de toda la economía capitalista en el mundo, se refuerza la tentación de detener o revertir el curso de la rueda de la historia
El epicentro de ese síndrome es el establishment mediático y político-académico de Occidente. No todo, pero gran parte de él en estos momentos está centrado en emitir advertencias sobre el incremento de la influencia de las "democracias no liberales" como las de China y Rusia, y sollozan por los buenos viejos tiempos del antiguo orden mundial, basado en reglas existentes solo en sus fantasías.

Eso no quiere decir que se niegue que el sistema global de posguerra liderado por los estadounidenses, existió en algún momento. Este existió. Pero ese orden surgió mediante la exclusión del vencedor global de la guerra, con la consecuente "invención de la guerra fría" y con la división de Europa en dos frentes confrontados hasta 1989.

El centro de esa maquinaria desinformativa siempre fue el mantra creado por Harold Mackinder: bajo ninguna circunstancia se debe permitir forma alguna de unión del continente europeo desde el Atlántico hasta los Urales. En la práctica eso significa el camino hacia la división y contradicciones entre Rusia y Europa occidental.
Toda la política exterior de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, con independencia de los cambios de presidentes, la composición del Congreso y el clima político, se construyó sobre la base del entorpecimiento de cualquier acercamiento de las dos mitades de nuestro continente
No se trata simplemente de una confrontación del comunismo con el capitalismo o de la autocracia contra la democracia. Sino que se trata sobre quien va a dirigir todo nuestro planeta.

Con la emergencia de China, después de las reformas de Deng Xiaoping y el inicio de la realización del proyecto "Un cinturón, una ruta", el horror de Mackinder se hizo más relevante. El acercamiento de la Unión Europea con Rusia no es un solo paso hacia una unión continental interna, a la que en la década de 1950 convocaron los padres-fundadores de la Unión Europea. Ahora también se pone en juego un objetivo mucho mayor: un proceso genuino de integración euroasiática.

El surgimiento del gran mundo euroasiático como una zona de cooperación política, económica y cultural, que se extendiera desde Portugal hasta Shanghái es la pesadilla que no deja dormir a los atlantistas. Ahora, más que nunca.

La creación de un supercontinente euroasiático es un movimiento "largo", según la terminología del historiador francés Fernand Braudel. La base de ese concepto reside en la reintegración de los lazos intercontinentales que existieron durante tres mil años, antes que fueron debilitados y rotos como resultado de la expansión trasatlántica de Europa en el siglo XVI y de la formación de los imperios coloniales con propiedades de ultramar.

¿Alguien podría creer que un movimiento colosal como ese en la historia mundial se puede parar o incluso frenar significativamente?

¿Acaso puede una nueva ola banal de propaganda antichina o antirrusa, producida por el Departamento de Estado, el Pentágono o la CIA, entre otros, anular la formación de un nuevo orden mundial?

Claro que no.

Pero estén alertas. Lo dicho anteriormente para nada significa que no suenan los tambores del odio y el sufrimiento, sobre todo en Europa, o que su sonido sea una incomodidad casual.
Los tambores del odio siguen siendo peligrosos. La victoria alcanzada hace 75 años constituye un logro histórico en el desarrollo ético y político de la humanidad, pero no nos vacunó contra los males de la guerra y la opresión
Desde entonces la nueva potencia imperialista mundial continúa con su acostumbrada política de agresión militar y de explotación de países más débiles.

En Europa aún se mantiene la mentalidad rusofóbica, sinofóbica y xenofóbica. Pero incluso si esas posiciones son de una minoría de los ciudadanos y políticos, nosotros nunca debemos perder de vista esa realidad.

La lucha contra el fascismo, el racismo, antisemitismo y el militarismo, así como contra la injerencia en los asuntos internos de otros estados son un parte constante de nuestra historia. Ello es también parte de la actualidad.

¡Sursuma corda! ¡arriba los corazones!
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